miércoles, 22 de agosto de 2012

PROTEGIENDO LAS HUELLAS QUE OTROS DEJARON.




PROTEGIENDO LAS HUELLAS QUE OTROS DEJARON.
(escrito por: Vega Fernandez)

Es verano y los cuartillos del balcón de mi habitación dejan entrever un rayo de claridad. Hora de levantarse, comienza el día. Me lo están recordando los pájaros del moral, que con sus revoloteos y trinos  continuos, son los primeros en darme los         “ buenos días ”. 
Enseguida me desperezo y a oscuras alcanzo el balcón. Lo abro. Una primera ráfaga de luz ciega bruscamente mis ojos, pero yo, fiel a la costumbre, insisto, busco en el horizonte y logro el objetivo. Consigo rescatarlo de entre tejados y antenas de TV.  Ahora sí, ahora lo tengo delante. Es un momento mágico, es un momento único.
Cada vez que lo miro, lo noto cercano, accesible, protector... derrochando siglos por doquier. No es majestuoso, no es desafiante, no transgrede el paisaje; más bien, todo lo contrario, lo conforma y se hace imprescindible. Lo llaman el Pico del Mortero, un hermoso paraje levantado por la Naturaleza.
Blanco en  invierno, verde y ocre en verano, más rudo en otoño y poco vistoso en primavera, cuenta con fuertes aliados      ( lluvia, nieve, granizo, viento, sol... ) para resurgir triunfante en cada estación.
¡ Qué buena estampa para comenzar el día !
¡ Oh, Dios mío, debería ser obligatorio contemplar tanta belleza !

Por eso, hoy, habiéndolo decidido de antemano ( ¡De este verano no pasa! ), he sucumbido a la tentación de acercarme a él y no sé por qué pero, presiento que me espera y desea mi llegada.
Alcanzo su pie y comienzo la escalada. Su ladera, no muy pronunciada, sólo es apta para aquel que cuenta con el arrojo de subirla. Y al final, el esfuerzo realizado, ha merecido.
         Mi gesto de saludo no tiene voz, no tiene grito, se limita a un silencio contenido. No vengo a profanarlo, sólo quiero aprender a sentirlo, sólo quiero aprender a quererlo.
         Mis primeras pisadas cruzan la frontera donde se conjuga lo divino con lo humano, donde se confunde lo real con lo imaginario, donde el presente se solapa con el pasado, donde se funde la plenitud de la vida con la deseada soledad.
         Y lo mejor está por llegar...
... porque él comienza a regalarme un universo de agradables sensaciones que logran armonizar mi cuerpo y mi mente, para así poder disfrutar del ansiado momento.
         Yo, por mi parte, le agradezco la oportunidad de poder contrastar el gran mosaico de colores estivales que me ofrece: amarillos, verdes, marrones, rojos. Cada uno ocupando su lugar, pero todos doblegados a sus pies, a sabiendas de sentirse dominados por el pico.
         Sí, efectivamente, él, dueño y señor, ejerce su dominio sobre la horizontalidad y verticalidad de todo “su” paisaje... y desde arriba... la civilización se reduce a un puñado de casas en torno a su iglesia.
         ¡ Qué más puedo decir !
         Su aire... su aire es especial. Sólo él sabe susurrarme como nadie, sólo él sabe acariciar mi cuerpo una y otra vez, sólo él sabe enfurecerse hasta desprenderse de todo su interior.
Su aroma... su aroma es penetrante, natural. Huele a romero, tal vez a lavanda, a tomillo ... ¡ todo está impregnado !
         Pasa el tiempo. Y el viento lo sigue recorriendo todo,             ¿ tendrá nostalgia de sus antiguos habitantes ? o quizás, tal vez, sólo quiere que aprendamos a escucharlo...
         Y sigue pasando el tiempo y yo sigo descubriendo, no me canso de sentir.
¡ Ahora sí nos vamos entendiendo, ahora sí nos vamos conociendo !
Y a la hora de partir, me despido de este fiel centinela con un  “ ¡ Hasta siempre, gracias ! ”, porque él ya es el guardián de mi presente, lo fue  de mi pasado y lo será de mi futuro.
Y como gran conocedor de grandes y excelsas historias, seguirá fervientemente protegiendo las huellas que otros dejaron y que sólo verían la luz si nosotros quisiéramos aprender.


VALDEANDE- AGOSTO 2012

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